
Panamá: un viaje de costa a costa
Fui a Panamá Viejo porque quería sentir uno de esos lugares que han cambiado la historia del mundo. Todos sabemos que en 1513 Núñez de Balboa fue el primer europeo que divisó el océano Pacífico, en algún punto de la costa panameña que no podemos señalar con exactitud, y que sólo seis años después Pedrarias Dávila fundó en sus orillas la primera ciudad junto a un poblado de pescadores indígenas. Ese lugar es conocido ahora como Panamá Viejo y, durante su siglo y medio de existencia, jugó un papel muy importante en la incipiente globalización que se vivía en esa época. Hasta aquí llegaban en barco los cargamentos con el oro del Perú que luego, a lomos de mula, atravesaban el istmo hasta la costa caribeña. Desde donde otros barcos continuaban la travesía hacia Europa. Desde el primer momento se soñó con excavar un canal, pero este deseo no se convirtió en realidad hasta varios siglos después.
Así que recorrí estas ruinas de hace siglos donde se siente el peso de la historia y se entiende el papel tan importante que jugó esta pequeña ciudad en los siglos XVI y XVII. Un ataque del pirata inglés Henry Morgan la destruyó casi por completo en 1671. Entonces la ciudad se levantó de nuevo en lo que ahora es el Casco Antiguo de la Ciudad de Panamá, que resultó un emplazamiento mucho más conveniente ya que estaba más cerca de los islotes donde de verdad atracaban los barcos y, al ser una pequeña península, el lugar era mucho más defendible.
Se cumplen 500 años de la fundación de este primer asentamiento europeo junto a este océano entonces desconocido para media humanidad.
En Panamá Viejo hay una torre que sobrevivió al saqueo y la destrucción. Desde lo alto, enmarcado por los límites de las ventanas, se ven los rascacielos de la ciudad moderna que se extiende al borde del Pacífico. En 2019 se cumplen 500 años de la fundación de este primer asentamiento europeo junto a este océano entonces desconocido para media humanidad. Y allí se me ocurrió que debía realizar esa travesía de un mar a otro para entender la esencia de este lugar que ha sido uno de los grandes cruces de caminos de la historia de la humanidad.

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Pasé unos días recorriendo el Casco Antiguo, que lleva años inmerso en un amplio proceso de rehabilitación integral. Las calles con adoquines gastados muestran el paso del tiempo y las iglesias y palacios recuerdan el esplendor vivido en otro tiempo. Las antiguas mansiones se convierten en hoteles, restaurantes y galerías de arte pero se mantiene una atmósfera viva y atractiva. En la plaza de Francia vi el homenaje a los ingenieros que concibieron el Canal y a los 20.000 trabajadores que fallecieron durante las obras, la mayoría víctimas de la malaria y la fiebre amarilla. Un recorrido en coche por la Cinta Costera, la autovía que va junto al mar, me hizo descubrir una ciudad distinta. En el Biomuseo, ubicado en el único edificio diseñado por Frank Gehry en América Latina y en cualquier país tropical, aprendí sobre la riqueza ecológica y del patrimonio natural panameño. El istmo no sólo es el paso más corto entre el Pacífico y el Caribe, también es el puente de unión entre América del Norte y del Sur.
El lago Gatún se encuentra a 26 metros de altura sobre el nivel del mar y este desnivel es superado tanto para subir como para bajar mediante los sistemas de esclusas.
Ciudad de Panamá se encuentra junto a la salida meridional del Canal. Una de las ideas geniales de los constructores del canal fue pensar que no había que excavarlo de orilla a orilla sino que resultaría infinitamente más fácil crear un lago artificial en el centro del istmo, por donde los barcos harían la mayor parte de la travesía. Este lago, el Gatún, se encuentra a 26 metros de altura sobre el nivel del mar y este desnivel es superado tanto para subir como para bajar mediante los sistemas de esclusas.
Las esclusas más cercanas a Ciudad de Panamá son las de Miraflores, donde me mezclé con gentes de absolutamente todo el mundo que habían venido a contemplar una maravilla: el paso de barcos inmensos por la cintura más estrecha del continente. Estas plataformas de observación se asoman a las esclusas históricas, no las nuevas que fueron inauguradas en 2016. Fue un día memorable que continuó al asomarme al Corte Culebra, un tajo de unos 12 kilómetros, el verdadero tramo de canal excavado en la roca para permitir el paso de los barcos. Y, también, al centro de visitantes de Agua Clara, que está en el lado del Caribe y desde donde se pueden ver las nuevas esclusas que permiten el paso de los inmensos barcos neopanamex.

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Una de las sorpresas de la zona que rodea el Canal es que fundamentalmente es pura naturaleza, con bosques repletos de fauna salvaje. Pero también que en las orillas de los ríos Chagres y Gatún hay varias comunidades de indígenas emberá y wounaan. Ambos grupos provienen del Darién, la zona oriental de Panamá, junto a la frontera con Colombia, pero a mediados del siglo pasado algunas familias se instalaron en estas zonas naturales cercanas al Canal.
Ya nadie vive exclusivamente de lo que obtiene del bosque o de la pesca y todos los emberá y wounaan tienen relación con el mundo exterior.
Varias de estas aldeas están abiertas a la visita de turistas. La idea es que los ingresos que reciben por mostrar su cultura tradicional —música, artesanía, danzas, etc.— les permite seguir manteniendo su forma de vida. Evidentemente ya nadie vive exclusivamente de lo que obtiene del bosque o de la pesca y todos los emberá y wounaan tienen relación con el mundo exterior, pero pasar unas horas en una comunidad es una buena manera de conocer otras culturas, otras realidades y otras formas de vida. Al estar ubicadas en zonas aisladas, el camino para llegar a ellas es parte del atractivo de la excursión, ya que en muchas ocasiones hay que viajar en piragua durante algunos kilómetros para acceder a las aldeas.
Los emberá reciben a los visitantes vestidos con sus ropas y adornos tradicionales. Resulta interesante hablar con los líderes comunales, o con cualquiera que se acerque, sobre su organización social, sus costumbres, y la manera de integrarse en la sociedad panameña al tiempo que mantienen su cultura y su relación directa con la naturaleza.

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El camino que hacen los barcos desde hace un siglo a través del Canal se tenía que hacer antes por tierra cruzando el istmo. La mejor manera de entender esta historia es continuando el viaje hasta la orilla del Caribe para buscar las fortalezas españolas que protegían los puertos desde donde partían las naves cargadas de tesoros y mercancías rumbo a España. Las fortalezas de Portobelo y San Lorenzo están inscritas (igual que el Casco Antiguo y Panamá Viejo) en la lista del patrimonio mundial de la Unesco. En Portobelo terminaba el Camino Real desde Panamá, que se hacía todo por tierra, a lomos de mula, mientras que San Lorenzo defendía la desembocadura del Chagres, donde terminaba el Camino de Cruces, que en parte se hacía navegando el río.
Las fortalezas de Portobelo y San Lorenzo están inscritas (igual que el Casco Antiguo y Panamá Viejo) en la lista del patrimonio mundial de la Unesco.
Portobelo es un pequeño pueblo de pescadores al fondo de una bahía perfecta repleta de historia. Las casas se agrupan alrededor de la iglesia de San Felipe, donde vi la imagen del Cristo Negro. A pocos metros están el fuerte de San Jerónimo y la Real Aduana, testigos del tiempo en que esta tranquila aldea era el puerto español más importante de Centroamérica. Luego llegué al fuerte Santiago, otro punto de la defensa de este lugar por el que pasó buena parte del oro y la plata que se extrajo de Perú y Bolivia. Ahora sólo están los barcos de los pescadores locales y algunos veleros que vagan por los puertos tranquilos del Caribe. Podría decir que era como caminar por el plató de una película de piratas, entre cañones que apuntan a la entrada de la bahía desde una fortaleza junto al Caribe. Pero era mejor, porque es un lugar real, como la historia que se había vivido.

Ángel Martínez Bermejo